Sailor Moon como obra revolucionaria

Introducción

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Portada de revista donde aparece Sailor Moon

Recuerdo que en mi infancia desarrollé un fanatismo por las series animadas protagonizadas por chicas, normalmente adolescentes, que combatían el crimen junto con sus amigas. Fantaseaba con ser una de ellas e incluso llegué al punto de dibujar mis propios cómics y animar mi propia serie de este género. No fue hasta años después que comencé a captar un mensaje implícito que se encontraba en todas ellas: mujeres tomando el rol protagonista en series de acción, sin dejar de lado la feminidad que muchas obras pecan de evitar cuando intentan mostrar fuerza y poder. Es más, la forma de representar que se volvían más poderosas era mediante vestidos y accesorios más llamativos. No tardé mucho en encontrarme con la obra que había popularizado y marcado un antes y después en el género, Sailor Moon.

Historia

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Dibujo de la princesa serenity

La serie escrita por Naoko Takeuchi (Sailor Moon, 1992) parece ser hoy en día genérica. Lo cierto es que fue precursora de muchos de los clichés y estándares de lo que es el género de chicas mágicas actualmente. Sorprende en realidad su éxito mundial debido a que tenía en su contra que su autora era una mujer asiática y que su estreno fue en los años 90, lo que hizo que atravesara múltiples dificultades a la hora de que el cómic de Naoko fuera adaptado a una serie animada que sería emitida frente a un público menor de edad —aunque en realidad ya parecía ser un problema que siquiera la televisaran—.

Importancia de su mensaje

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Al mirar hacia atrás con una perspectiva moderna, encontramos en primer lugar los fuertes mensajes feministas. El único personaje masculino con relevancia aparece en muy pocas ocasiones en la obra original y aunque al animarlo añadieron una gran cantidad de episodios que podían darle tiempo en pantalla, sus apariciones se limitaban a un minuto donde daba una ayuda ridículamente mínima y se retiraba, además de escenas diciendo lo inútil que se siente en comparación a la protagonista, siendo secuestrado, desaparecido toda una temporada y rescatado. Todo esto recordándonos el rol que históricamente tuvieron los personajes femeninos: mero apoyo para los objetivos de un hombre o una forma de realzar sus cualidades en escenas de acción donde las rescataban. Como si todas estas situaciones no transmitieran lo suficiente, se añadieron múltiples diálogos donde las protagonistas hablaban explícitamente sobre la discriminación sexual, muchos de ellos censurados al ser televisados u omitidos al adaptarse. Lo segundo que salta a la vista es una gran representación de la comunidad LGBTQ+, difícil de ver incluso hoy en día. Personajes de género fluido, parejas gay, lésbicas e incluso lo que parece ser un personaje principal bisexual, que se acercó a la mayoría de sus compañeras porque le parecieron atractivas e incluso tuvo escenas románticas con mujeres, además de la relación que tenía con un hombre.

Los mensajes de la serie siguen en gran parte las ideas de interpretación que tenía Susan Sontag sobre el cine, en sus palabras “la creación de obras de arte cuya superficie sea tan unificada y límpida, cuyo ímpetu sea tal, cuyo mensaje sea tan directo, que la obra pueda ser lo que es” (Sontag, S. 1997). Y es que era tan evidente la ideología que transmitía Sailor Moon que se vio enfrentada a formas de censura que oscilaban en la frontera de lo triste y lo gracioso. En Latinoamérica ocultaron una pareja homosexual de villanos doblando la voz de uno de ellos como si fuera mujer, además de omitir todo un diálogo feminista que les pareció demasiado explícito; en muchos países se intentó camuflar la relación amorosa entre Urano y Neptuno con que se trataba de un par de primas, resultando solo en que convirtieron un montón de escenas evidentemente románticas en situaciones incómodas para el espectador; en Estados Unidos se omitió toda una temporada ya que no encontraron forma de eliminar que una mujer había sido interés amoroso de la protagonista; un personaje importante recibiendo un cambio de diseño donde blanqueaban su piel y muchas otras situaciones que llegaron incluso a molestar a la autora. Sin embargo la obra original seguía estando ahí y su versión animada conservaba aún muchos de sus mensajes. La realidad es que era una tarea casi imposible separar las representaciones e ideas de la obra sin modificar su esencia por completo.

Al mismo tiempo, estudiar a fondo sobre el tema y leer el cómic original me hizo preguntarme cómo es que no había notado muchos de estos aspectos tan modernos, más allá de lo que fue censurado. Esto me recordó a un ejemplo que utilizó Walter Benjamin (1999) al explicar en su ensayo sobre el aura y valor de las obras. Él mencionó el caso de una estatua antigua de Venus, que tradicionalmente entre los griegos era objeto de culto, mientras que para los clérigos medievales se trataba de un ídolo maléfico. Las obras de arte pueden cambiar de significado con el contexto. En el caso del tiempo, tener una pareja lésbica en televisión podría no ser un gran escándalo ahora, pero hace 30 años sí. Por otro lado, al ser yo menor, no había captado como románticas muchas de estas interacciones. Mismo fue el caso del romance entre dos hombres que se da en Sakura CardCaptor (1998) el cual muchos interpretamos como mejores amigos pese a lo evidente de los diálogos y la trama. De igual forma, es preciso mencionar también que las nuevas generaciones fueron educadas con otra ideología y no tienen los prejuicios que quizás tenía a mi corta edad. Tal vez si le mostráramos a alguien de nueve años las mismas escenas, las entendería rápidamente como románticas y no perdería tiempo en buscar otras explicaciones o sentirse confundido. Actualmente conversé con un gran número de personas que hace años se vieron sorprendidas con que algunos personajes que parecían ser hombres, resultaban ser mujeres y no dejaban de parecerles atractivos a pesar de saber esto, y descubrieron ser lesbianas o bisexuales. Al madurar experimentaron la historia de forma diferente, sin las dudas de por qué una mujer besaba a otra, ni la necesidad de saber exactamente de qué género era tal personaje y si estaba bien que les gustara.

Análisis

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Portada de revista donde aparecen los personajes principales

Esto me hace cuestionarme cómo es que Sailor Moon pasa desapercibida para todos cuando mencionan grandes series animadas. Si otras animaciones y cómics japoneses populares son puestos en un pedestal, analizados y glorificados, ¿Cómo no es considerada relevante en conversaciones sobre obras que dieron mensajes atrevidos y relevantes, que trascendieron y marcaron nuevos estándares no solo en la animación, pero en la escritura? Mientras que películas de Disney e incluso otros autores asiáticos pasaron a la historia a pesar de ser consumidos por un público infantil, parece ser un chiste para muchos afirmar que Naoko Takeuchi escribió una obra revolucionaria, relevante y admirable.

Así como mencionaba Linda Nochlin (2007), para muchos es cómodo que en el arte de las mujeres exista un tipo diferente de grandeza que el que existe en el arte de los hombres, además de un estilo femenino y que esta es la razón por la que no pueden ser concebidos de la misma forma. Y quizás esto es lo que más se interpone en la apreciación de muchas obras producidas por mujeres, ser consideradas como productos para el público femenino y menospreciadas por lo mismo. Los críticos que nunca se detuvieron a estudiar a Naoko por el simple hecho de que no la tomaban en serio o veían en Sailor Moon únicamente la historia de una heroína que lucha en nombre del amor y es objeto de admiración de niñas y adolescentes, más no el logro de una mujer que logró en los años 90 llevar a la pantalla internacionalmente personajes femeninos autosuficientes, valientes, con sus propios intereses y metas, hombres sensibles, aspectos de la sexualidad y representaciones que no estaban al alcance de la mano como ahora, motivando y ayudando en la búsqueda de su identidad a miles de personas.

Mientras héroes masculinos son vanagloriados como producto de genios escritores pese a no salirse mucho del molde y mostrar mayormente el aspecto del poder y las peleas, a las artistas se les exige una estética superior, escritura de personajes, historias, mensajes y representaciones realistas, y aun así no son consideradas como iguales. Aún existe la necesidad de dividir disciplinas artísticas por género, como si se trataran de deportes, dando a la idea de que es real una diferencia en las capacidades de hombres y mujeres en cuanto a producción artística, cuando la realidad es que, si se encontraran unificadas, premios como artista del año serían entregados única o mayormente a hombres. Y es que incluso en la música a las cantantes se les pide determinada apariencia, técnica y en sus presentaciones no solo deben cantar, pero también bailar y hasta volar, ser lo más entretenidas posibles, para al final del día llevarse reconocimientos exclusivos de su género y en muy pocas ocasiones aquellos que, aparentemente, no discriminan.

Conclusión

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Poster donde aparecen los personajes principales

Encuentro con tristeza que en la listas de éxitos un gran porcentaje son dirigidos al público masculino, que cuando anuncian los estrenos de la temporada raramente son adaptaciones de obras escritas por mujeres, que incluso 30 años después se arme un gran revuelo alrededor de una serie por representar sectores oprimidos, ideología de género, personas de etnias diversas o mujeres en posiciones de poder, que continúen censurando a aquellos que quieren mostrar algo importante, ver cómo son canceladas las producciones tanto de autoras como aquellas que logran traer a pantalla lo que deberíamos tener naturalizado como sociedad. Una serie de cuestiones que un gran sector ya no cuestiona, simplemente acepta. Como consumidores tenemos la sensación de que no tenemos control sobre cómo invierten las grandes productoras y nos encontramos en la posición de simplemente conformarnos con lo que hay y desalentar a aquellos que plantean los hechos como problemática. De igual forma, los artistas se ven obligados a ceder a la presión de estas productoras, adaptarse a las temáticas que le son permitidas y aceptar lo sucedido cuando la empresa decide cancelar.

Llegados a este punto, es natural que se cuestione tanto a la veracidad de las mujeres, si lo más relevante viene del género opuesto, lo que más vende, lo que más se estudia. Es por esto que me propuse mis propias metas personales al respecto: como autora, aprovechar mi posición como artista independiente y mostrar en mis obras los problemas de los sectores oprimidos, la discriminación que sufrí y la que observé, con la esperanza de llegar a una plataforma grande; como consumidora, apoyar a aquellos artistas que admiro y son marginados por el sistema actual; y como creadora de contenido, alzar mi voz ante estos problemas, ponerlos en un lugar donde puedan ser pensados y discutidos, y ayudar en la promoción de proyectos que atraviesen estos temas. Podrán ser cosas irrelevantes y no provocar absolutamente nada, pero me parece importante ver hacia atrás, reflexionar y no solo aceptar la situación actual, sino que hacer lo que tengamos a nuestro alcance.

En múltiples ocasiones me encontré a mí misma hablando sobre Sailor Moon, y a pesar de que parece ser una serie que más promoción no necesita, la mayoría de la gente a la que se la describí no tenía idea de su verdadera importancia y mostró interés en averiguar más al respecto. Ver casos particulares como este me da la motivación de que la industria se encuentra en constante cambio y no deja de depender de nosotros. Me despierta también una curiosidad por la clase de obras que habrá en unos 30 años más. ¿Cambiará entonces la posición de la mujer? ¿Será apreciado lo que pasó desapercibido? ¿Podremos realizar una inclusión que no sea objeto de discusión alguna, que simplemente sea sin más?

“Aquellos que tienen privilegios inevitablemente se aferran con fuerza a ellos, sin importar qué tan marginal sea la ventaja que involucran, hasta verse obligados a someterse a un poder superior de cualquier tipo. Entonces, la cuestión de la igualdad de la mujer (…) no recae en la benevolencia o voluntad de los hombres en particular y tampoco en la confianza en sí misma o envilecimiento de las mujeres en particular, pero sí en la naturaleza misma de nuestras estructuras institucionales y la visión de la realidad que imponen a los seres humanos que forman parte de ella” (Nochlin L. 1997)

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